viernes, 27 de mayo de 2011

37. De nuevo en operaciones

Paranoia.comhttp://www.blogger.com/img/blank.gif
Guía Mundial del Sexo.
Ron envía noticias de Río de Janeiro. Informe muy exhaustivo sobre dónde conseguir compañía femenina. Y cuándo. Durante el día recomienda la playa de Copacabana, frente al Río Othon Hotel.

“Es fácil identificar a las putas, dice Ron, son las que andan en topless. De surgirnos alguna duda, añade, conviene preguntar a Paulo. Es un vendedor de caipirinha. Tiene en la playa un puesto con techo de lona azul”.

Tomo nota para la policía carioca: Paulo, sospechoso de proxenetismo. Cantina precaria frente al Río Othon Hotel.

Una cita rápida en tu propio hotel– continúa Ron– te costará entre 50 y 100 dólares”.

Acto seguido advierte:

“Los hoteles de cinco estrellas no permiten el ingreso de putas a las habitaciones de los huéspedes. Te aconsejo buscar alojamiento en uno de menor categoría”.

Gracias por el dato.


Salgo de la Guía Mundial del Sexo y mientras avanzo al garete por el océano informático me pregunto qué pudo haber pasado por la cabeza de Iraola cuando vio al Hombre Araña en la pantalla de Salvides. El traje le resultó familiar, sin dudahttp://www.blogger.com/img/blank.gif. Probablemente hasta lo conserva para colocárselo durante las sesiones de hard sex con Carola. El Hombre Araña y su perversa barragana. Una fantasía muy estimulante.
Me sube la testosterona.
Veo a Johnny en el retrovisor derecho. ¡Estoy en la brigada! Me cubro el pirulín con una revista y trato de pensar en otra cosa.
Necesito recuperar el traje de Hombre Araña.

Los detectives de Investigaciones estaban sorprendidos de mi presentación espontánea. Creo que los desarmó. Al fin y al cabo yo era un colega. Prácticamente compartíamos el mismo techo. Fíjense que me bastó bajar un piso por las escaleras para tocar a su puerta. Fui en mangas de camisa, para que les quedara claro, de entrada. Me invitaron con café. Y me hicieron escuchar la voz de Aníbal en el contestador telefónico.
–El doctor Libermann dice que Pirulo es usted.
Me sonrojé.
–Así me llamaban de chico, pero ya no uso ese apodo. No me gusta mucho, ¿sabe?
El detective asintió, sorprendentemente comprensivo. Era un pelirrojo casi tan alto como yo, pero muy flaco. Parecía absorto, desconcertado por la sinrazón del mundo. Lo estudié, buscando un atisbo de burla en su expresión. No la había. Me invadió una gran paz. Estaba calmo, sin palpitaciones ni ardores. La hipófisis funcionaba con normalidad, en ralenti.
Hablamos de Aníbal. Le expliqué que llevaba diez años sin verlo. De todos modos había sido mi amigo de la infancia y me resultaba imposible hacer una apreciación objetiva. Pero podían preguntar a Rolo.
La mejilla del detective se estremeció ligeramente. Si su desconsuelo se originaba en la absoluta carencia de lógica del comportamiento humano, calculé que los tipos como Rolo debían abrumarlo.
Luego de la mención de mi hermano, el detective se volvió todavía más desganado. Y el interrogatorio fue languideciendo hasta que su compañero, que se había mantenido en silencio, preguntó:
–¿Usted mató a su padre?
Le sostuve la mirada. Seguramente no había hecho su carrera en Investigaciones y acababa de ser transferido desde el cuerpo de montados.
–Pregúntele a mi hermano –Me puse de pie–. Si no tienen ninguna otra consulta que hacerme, vuelvo al trabajo. Estoy arriba –añadí–, en la División Computación.
Había sido una jugada audaz, pero sentí que no corría riesgos de que alguno de los dos se atreviera a hacer a Rolo semejante pregunta.

Pasé por el baño, me mojé la cara y volví a la Brigada. El subcomisario era carcomido por un arrebato de ansiedad.
–¿Averiguó algo?
Reproduje, lo más textualmente que me fue posible, el mensaje de Aníbal, reemplazando “Pirulo” por mi propio nombre. Me pareció que el apodo distraería su atención. También obvié, por inconducente, mencionar el enojoso episodio con la señora López Vázquez.
Al escuchar lo de mi padre Iraola hizo una mueca de disgusto, y tuvo la cortesía de evitar cualquier comentario respecto al calificativo de “monstruo” que me endilgaba Aníbal. Era un buen investigador y se dirigía al meollo del asunto. Yo ya me había preparado para su pregunta.
–¿Por qué Lequerica diría que usted es peligroso?
Me alcé de hombros
–Tal vez porque soy un policía. Bajo contrato –agregué rápidamente.
El subcomisario hizo un gesto vago.
–Usted ya es uno más de los nuestros.
Me subió peligrosamente la testosterona.
–Seguramente –dije– planeaban un ilícito.
Iraola golpeó el escritorio con la palma de la mano.
–¡Los archivos!
Yo iba a sugerir que preparaban la muerte de Sara, pero me pareció adecuado dejar que el subcomisario pensara en los seis millones trescientos veinticinco mil setecientos veintiocho pasaportes.

Vuelvo a mi patrulla.
En la Guía Mundial del Sexo, Ron me informa sobre algunos lugares de ligue en Río de Janeiro.

La discoteque Help es lo máximo –dice–. Puedes estar realmente seguro de que cada chica brasilera dentro está vendiendo su gatito, incluso aquellas que parecen más recatadas. Muchas veces resultan la mejor elección. Ninguna chica carioca que se preocupe por su reputación acudiría a Help, pero esta no debería ser una razón para que no vayas ¿verdad?”

Verdad

“Por cada hombre dentro de la disco –prosigue Ron– hay tres mujeres ansiosas de pasar la noche contigo”.

Conmigo.http://www.blogger.com/img/blank.gif

“Maia Petaca, en cambio, es un bar de mesas en la calle, próximo al hotel Othon. Luego de las cuatro de la tarde es posible encontrar ahí entre 20 y 30 putas buscando clientes.
“También está Mabs, un boliche similar en Av. Atlántica y Rua Prado Junior. Las chicas aquí son menores (entre 13 y 15 años) y más baratas que las de Maia Petaca”.


Envío un mail de felicitación a Ron, instándolo a continuar colaborando con la Ley, y tomo nota: Mabs, un boliche de prostitución de menores en plena avenida Atlántica.
¿Será suficiente para contentar a Iraola?
Río está ligeramente fuera de nuestra jurisdicción, pero al fin y al cabo es parte del Mercosur. Si nos encaminamos hacia un mercado único, con una única moneda ¿por qué no también hacia una única Policía Federal? ¡Con una única Brigada Internet!

–Derive el caso a la oficial Quintana –ordena Iraola sin apartar la vista de la pantalla. Sigue instalado en el despacho de Salvides.
–Usted me aconsejó no confiar en nadie...
–En lo referente al hacker. Pero este es un caso de corrupción de menores. Le corresponde a la oficial Quintana.
Carajo, y yo que pensaba hacerme cargo del procedimiento en Río. Esperaba tener suerte en Help.
–Carola –carraspeo. El subcomisario me traspasa con la mirada y me corrijo–: La oficial Quintana –vuelvo a carraspear– es una señorita. No puede usted obligarla a mezclarse con esa clase de gente.
Iraola me observa durante largos segundos.
–Usted es un buen muchacho. Un muchacho sano, como a mí me gusta.
–Sí –digo.
–Pero en ningún momento debe olvidar que la señorita Quintana es una oficial de la Policía Federal Argentina, la mejor del mundo.
Además va a conocer Río, pienso, gracias a usted. Pero me abstengo de hacer el comentario a viva voz y me dirijo al despacho de Carola.
Está de espaldas, mirando el racimo de dátiles. Sostiene un marcador en la mano derecha, frente a su cara.
–Oficial Quintana.
Carola da un respingo. Volví a sobresaltarla. Debo consultar al doctor Hermosilla respecto a mi voz.
Pero no gira hacia mí. Ni me insulta, ni nada: permanece en los dátiles.
Llego a su lado.
–Carola...
Mueve apenas la cabeza. Sus ojos parecen estrábicos. Pero lo más llamativo son los garabatos dibujados en su rostro.
–¿Se siente bien?
Una pregunta estúpida, pero fue lo primero que vino a mi mente. Hay una parte en mí que se niega a comprender la verdad y es capaz de aferrarse a cualquier esperanza.
La oficial sonríe de un modo extraño, con la mitad de la boca. Tiene un aire a papá. Por un momento pienso lo peor.
–¡Levante los brazos!
Se incorpora de un salto, con los brazos en alto y expresión de terror. Puedo comprobar que no está hemipléjica. Ni lleva corpiño debajo del sweater, lo que no me tranquiliza en lo absoluto, pero no tengo tiempo de pensar en el asunto: Carola muestra serias dificultades para conservar una posición erecta. Cae sobre mí.
–No me lastime –dice.
Comienzo a retroceder, arrastrándola por el despacho, aferrada a mi camisa.
–Prometo portarme como una chica buena –insiste la oficial Quintana–. No lo volveré a hacer.
Estoy arrinconado en un ángulo del despacho. Carola se aparta bruscamente.
–¿Quién es usted?
–Pirulo, el gordo del avión –respondo en un rapto de estupidez.
–No es mi papá...
Niego toda posibilidad al respecto.
–¿No le va a contar, verdad?
Continúo negando. Vuelve a saltar sobre mí.
–Gracias.
Solloza sobre mi hombro. Acaricio su nuca. Resulta imperioso tranquilizarla. Y desaparecer, así sea saltando por la ventana. Lo pienso, seriamente, durante un segundo o dos, hasta que recuerdo que estamos en un tercer piso. Sería como asomarse al precipicio
Carola comienza a desprender los botones de mi camisa. La sujeto por los hombros y la aparto con brusquedad.
–Por favor, papi– dice.
–No soy tu papi. Soy tu tío Erundino.
Aprovecho su momentáneo desconcierto para deslizarme de su lado, pero vuelve a asirme de la camisa.
–¡No le digás al papi!
El pequeño forúnculo de sospecha que había comenzado a formarse en mi mente apenas vi su rostro tatuado con marcador fluorescente se convirtió en una certeza del tamaño de un mierdoma cerebral maligno: Carola había desayunado con el jugo de naranja. Ahora ronronea en mi pecho.
–Dejá que te afloje el cinturón. Vas a estar más cómodo.
No es ético. Johnny estallará en carcajadas cuando se lo cuente. Luego, ya calmado, agregerá: hubieras hecho bien.
¡Por supuesto que sí! Pero recuerdo. Tengo tanto para recordar. No es mi culpa que la genética, o las glándulas o el mismo demonio me hayan provisto de una voz finita.
¿Por qué, entonces, Carola se había burlado de mí?
Es cierto que parezco un merengue de crema, pero también soy un ser humano. Sin embargo la barra de San Lorenzo me escupía desde el camión, y Aníbal pegaba carteles en mi espalda y Sara deshizo una maceta en mi cabeza y Rolo rompió en pedazos mi bonito avión de bricolaje.
Carola me había despreciado tanto como Libermann. Ni siquiera en el sepelio de mi madre permaneció a mi lado por amistad, o cariño o una migaja de piedad, sino para aproximarse indirectamente a Rolo, que con la verga arropada en un pañuelo de seda deja azotar su redondo culo de muchachita en el Dark Site y... no sé qué me pasa. Comienzo a caer en el precipicio y murmuro “Nemo me impune lacessit, nemo me impune lacessit” mientras Carola desprende el cierre de mi pantalón que pronto queda arrollado a mis pies.
Siento el elástico de mis calzoncillos rozando mis muslos. Y nada más.
Abro los ojos.
Carola, todavía de rodillas, retrocede. Su rostro se descompone en una expresión de horror. Grita:
–¡El Hombre Araña!

1 comentario:

  1. Sujetos femeninos sospechosos en playa El Ancla. Tarifa plana: 250 mil australes. Recomiendo peruana que responde al alias de V Llosa

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