jueves, 16 de diciembre de 2010

23. Violación en la Bombonera

Entro en paranoia.com
Gato drogadicta en Ámsterdam. Su nombre es Karel y vive en los alrededores de la casa de Peter. La casa de Peter es una especie de barco anclado en un canal de Ámsterdam, que viene a ser como Venecia, pero llena de holandeses y putas. Peter, claro, es un delincuente que la va de Virgilio y nos pasea por el Jardín Holandés del Cáñamo. Lo primero que hace es mostrarnos su casa flotante, cuatro veces más grande que la mía, que ni siquiera flota. El crimen paga, al menos más que el Estado.
En el rincón superior izquierdo de la página, Peter nos presenta a la gato Karel. Ama el cáñamo, dice Peter. Intuyo un caso de prostitución y droga, mujeres desnudas y orgías polimorfas. Me sube la testosterona y busco la imagen de Karel.
Se trata, sus rasgos fisonómicos lo demuestran sin sombra de duda, de un verdadero gato. El asunto carece por completo de sentido. Quedo desconcertado. Guardo la página.
Es una mañana tranquila, con pocos ilícitos. Me aburro. Salgo de la internet. Abro de mi archivo la página de Peter y trabajo en ella. A los veinte minutos convertí al Gato Karel en La Cerda Salvides. Copio el archivo a un disquete y lo llevo hasta el escritorio de Esteban
–¿Podés meter esto en la computadora de Salvides? –pregunto.
–Seguro –dice Esteban.
Regreso a mi escritorio antes que del despacho asome el rostro atormentado de Salvides.
Cu-cú. Cu-cú

Esteban tiene a Salvides al borde del descontrol nervioso. Por supuesto, el inspector no sabe quién le descalabra los archivos, pero sospecha que se trata de uno de nosotros.
Esteban es peligroso. Y pasea por más computadoras de las que confiesa. Tal vez hasta en la mía, por lo que he tomado la precaución de dejar una zona de fácil acceso rodeando el resto de una muy estudiada línea de defensas. Nada es suficiente para detener a Esteban pero al menos sabré si consiguió ingresar a mis archivos.
Todo esto me da una idea. Brillante, dirá Johnny.

El día transcurre sin mayores incidencias. Me doy una vuelta por la red boquense. La encuentro más reposada que la platea de Ferro. Ni señales de Beto Beep. Le pregunto la hora a una barrabrava de Quito. Las 3,17 PM responde. Charlamos. Está conectada a la red desde una computadora de la embajada argentina. Tiene 17 dulces años y una mirada triste, dice. Añora los apretujones en la popular de la Bombonera. Le pido que se describa. Jeans, zapatillas, una corta remera verde que le deja la cintura al aire y una cinta azul y oro sujetándole el pelo a la altura de la nuca. Se quita la cinta y agita la melena, larga hasta los hombros.
Te vi, escribo, estás frente a mí, a unos seis escalones de distancia”.
Le doy una descripción de Rolo. Llevo el torso desnudo, bañado en sudor. Pero huelo a Au de Cologne Blumenthal. Tengo una caja de tetrabrick.
Convidame”, dice.
Me abro paso en la multitud y llego a su lado.
Gol!!!, grito. Gol de Boca!!!”.
Saltamos abrazados.
“¿No tenés algo?”, pregunta después con un mohín encantador.
Saco una colilla del bolsillo derecho de mi jean. Muy arrugada, pues mi jean es excesivamente estrecho.
Ya me di cuenta”, dice con intención.
Reímos. Y fumamos, una pitada cada uno. Hasta que se mete Reiphnol.
Conviden, che!!”.
Carajo, Reiphnol se instaló junto a ella y la toma de la cintura. Le alcanzo el pucho. Da una pitada profunda y me lo devuelve. Al hacerlo se inclina hacia mí y pasa el brazo derecho frente a la chica mientras su mano izquierda desciende por la nalga.
Cuidado con lo que hacés”, le advierto.
Reiphnol ha metido la mano dentro del pantalón de la chica, que no atina a reaccionar. Un secuaz suyo me sujeta los brazos por detrás. Pesa 120 kilos y se me parece vagamente, pero en versión basta. De un culazo podría hacerlo aterrizar de cabeza en medio de la calle Brandsen, pero en ese momento soy Rolo y recuerdo a tiempo mi redondo trasero de muchachita. Preventivamente, aprieto los cachetes y aguanto a pie firme la embestida del gordo. En tanto, Reiphnol ha desprendido el botón del jean de la chica, que no opone resistencia. Está paralizada de terror.
Agarro al gordo de la muñeca y lo lanzo por sobre mi hombro. Cae a la primera bandeja, pero se resiste a morir. De todos modos le hago notar que está muy dolorido y queda fuera de la pelea. Me vuelvo hacia la chica. Reiphnol la sujeta por detrás con el brazo izquierdo y hurga con la mano derecha debajo de la camiseta.
No lleva corpiño”, dice.
Le tiro una trompada. Reiphnol la esquiva, suelta a la chica y me pega en las costillas. Me doblo en dos. Varios energúmenos saltan sobre mí. La chica se lanza escaleras abajo, medio en cueros. Reiphnol la persigue enarbolando la remera verde. Dejo fuera de acción a uno de mis agresores mediante un certero codazo en la nariz. Otro pretende aferrarme de las partes, pero las llevo envueltas en un pañuelo y zafo. Le aplico un violento puñetazo en la sien y lo dejo seco.
En tanto, la chica desaparece en la boca de un túnel.
“¡¡No, ahí no!!”, grito.
Pero ya es tarde: se acaba de meter en los baños. Catorce o quince vergas se vuelven hacia ella. Se detiene en seco e intenta retroceder, pero Reiphnol la sujeta una vez más por la cintura.
Me libro de la patota y me lanzo en su persecución. Los energúmenos ya comenzaron a quitarle los pantalones. La escucho gritar:
¡No, no! ¡No es lo que ustedes creen!”.
Pero ellos no creen nada y se encuentran en posición, prestos a consumar.
Corro como un enloquecido. Alguien me sujeta de la camisa. Giro para aplicarle un derechazo y me encuentro frente a frente con un cabo de la Guardia de Infantería. Miro a mi alrededor. Toda la tribuna se ha poblado de policías. Los hinchas huyen en todas direcciones. Dejo fuera de acción al cabo mediante un certero puntapié y reanudo la persecución, pero un grupo de agentes me cierra el camino. Dentro del túnel la chica grita. La echaron boca abajo entre los orines y se disponen a penetrarla, Reiphnol el primero.
Socorro, Estigarribia, socorro!!!
¡Sábato!
La sorpresa me paraliza y los agentes aprovechan para prenderme, dándome de paso algunos bastonazos.
Deténganlo!!!”, escucho por los parlantes de La Voz del Estadio.
Miro hacia arriba. En la cabina de transmisión, a la diestra de Macaya Márquez, Salvides comanda las operaciones.
No, digo, a mí no”.
Salvides sonríe.
¡¡¡Se están cogiendo a Ernesto Sábato en el túnel!!!”, grito.
Es inútil. Salvides sonríe. Al fin, por los parlantes, escucho su voz:
Está detenido, Mayonesa.”
Me debato con furia, pero Salvides me rodeó con un escuadrón completo de la Guardia de Infantería.
Macaya emite una juiciosa reflexión acerca del bochornoso espectáculo que acabo de dar mientras la Voz del Estadio ahoga los gritos desesperados de Sábato.
Si su piloto no es Acuamar, no es impermeable le puedo asegurar”.

Tengo que hacer algo con estos fasos que me trae Johnny.